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Pokemon: Los Viajes por Tiquicia
Vía Rápida
por Kyonides
Tráfico de influencias
—Creo que con esto ya tengo todo...
—¡Qué alegría me da oírte decir algo por el estilo! Me tenía preocupado que no estuvieras repuesta de...
—Y a mí me alegra más que sigas siendo tan entusiasta, caramelito. Por eso no debemos perder el tiempo, entremos en... Esa tienda que está diagonal a esta.
—¿Qué? En serio... ¿Sabes que yo en realidad?
—Sí, ya sé que quieres que vayamos de una vez, así que no pienso atrasarnos. Después no sabemos qué artículos nos habremos perdido y que valía la pena comprar. Sí, eso es lo que pasa. Es como nuestro amor, un flechazo a primera vista.
—Por supuesto, no hay por qué dudarlo... (Sobretodo si yo siento que Eros siguió practicando el tiro al blanco en mí. De no ser por el lanzamiento de esas flechas repetidas veces no podría explicarme cómo me fui a juntar con esta...)
—¡Ay, qué emoción! Hasta me hierve la sangre de la excitación que me provoca ver todo esto al alcance de mis manos.
—Pues qué bien suena eso —comentó el desanimado hombre que ya ni tenía ánimos de hablarle hasta que algo le dio vuelta a todo—... Es más, estoy convencido de que mejor te dejo a ti lo de escoger lo que hemos de llevarnos y yo me quedó por ahí, donde está la cajera. ¿Qué te parece mi sugerencia? ¿No es de lo más cercana a la perfección?
—Uy, pero si fue de lo más encantadora, de las mejores que te he oído decir en lo que hemos estado juntos. Ya verás cómo pienso sorprendente más tarde...
—(Creo que esa tarea mejor se la dejas al estado de cuenta de mi tarjeta... Y eso que me imagino que todavía no sabe cuán alto es el límite del crédito. Si lo supiera, nadie la detendría y la compañía me la cancelaría por creer que me están estafando. ¡Y estarían completamente en lo cierto!) Ay, señorita, debo pedirle encarecidamente un favor de inmensas proporciones, algo que rara vez lo habrá escuchado. Sin embargo, ya creo que yo no doy más por el día de hoy... Y el de mañana y los días que le sigan... ¿No podría usted hacer algo para que mi novia se pelee conmigo al instante?
—Discúlpeme, señor. Entre mis deberes no está el de complacerlo en todo. Las cosas siempre tienen un límite y usted está por acabar con mi paciencia.
—No, no, no. Es que no me ha entendido. Jamás le pedí algo obsceno, solo requiero de su ayuda para llevar a cabo una treta que le impida a ella seguir como hasta ahora. Si la conociera, sabría a lo que me refiero, de veras que sí.
—Para SU información a ella la conozco mejor de lo que usted lo ha hecho. En ningún momento me atrevería a hacerla pasar un mal rato solo porque usted me demostró que es un inmaduro, incapaz de aceptar el compromiso tal cual es. Espéreme aquí un momentito nada más. ¡Grace! ¿Podés venir acá por un segundito únicamente?
—No, señorita, no sabe lo que acaba de hacer... Por favor, no la llame. Así está más que bien... (Ahora no... Ahora no...)
—Te agradezco que vinieras, Grace. Vieras que él...
—Mejor te lo digo yo, cariño. Es que has de entender que yo no creo que las cosas de este establecimiento las pueda llevar en el carro y sería mejor que regresáramos en otro momento. Tal vez podamos conseguir algunas cosas un poco más diminutas y que no requieran de tanto espacio. Disculpa que no te avisara antes, pero hasta ahora que hice cuentas me percaté de que no podía permitir que viajaras tan incómoda. Todo se debe a tu bienestar.
—Bueno, de ser así como lo pintas, no creo tener ningún inconveniente en venir más tarde por lo demás...
—Perfecto y entiendo bien cuán bien te sientes al estar en medio de todas estas "obras de arte" (fabricadas por changos con el menor gusto por las artes). ¿Qué tal si pasamos ya a otra parte? No olvides repasar en tu mente lo que podrás conseguir al rato.
—Claro. Me pone nerviosa el que llegue a olvidar una sola cosa.
—Confía en lo que te digo ahorita. No lo podrás olvidar. Tienes una mente que todo lo procesa velozmente (o que pasa la mano con todo y tarjeta en un abrir y cerrar de ojos).
—¡Mira ahí! Nos detendremos en esa tienda de peluches. ¿No son de lo más adorables y acariciables?
—Pero si para caricias estoy yo...
—Eso ya lo sé, mi Teddyursa —le respondió Grace, la joven de dos colas, antes de que se callara e hiciera una mueca antes de terminar riéndose como demente—. Ja, ja, ja. Si tan solo supieras qué es lo que más me encanta acariciar...
—(Bueno eso me sonó como si fuera esta la primera vez que ella planea ser más cooperativa en casa... ¿En verdad podré darle fin a mi mala racha? ¿O se tratará de una reverenda estupidez a la que debería temerle?)
Ambos tórtolos, cuyas diferencias empezaban a hacerse cada vez menos "evidentes", se dieron su tiempo para que ella pudiera escoger la cantidad correcto de animales de felpa. Él permanecía en silencio sin reaccionar a las múltiples declaraciones de amor y afecto de su pareja, todas dirigidas a esos mismos peluches con forma de Pokemon. Inesperadamente el hombre salió de ese trance por el motivo más insólito, recién notaba la presencia de un peluche que no estaba repetido. Por ser el último de su estilo, le pidió a la joven vendedora que lo sacara de su vidriosa jaula.
—A este mismo me refería.
—¿De qué se trata, mi chocolate blanco?
—(Ni siquiera me he considerado un "blanco" en toda mi vida... ¡Ay!) Pues espera que lo haga girar para que lo veás bien de cerca, porque estoy ciento dos por ciento seguro de que te derritirá el corazón. (Ojalá pasará eso... El que se lanzara a mi brazos no estaría tan mal habiendo tanto público. Me podría dejar bien parado frente a esa gente, se tragarían que somos los más felices...)
—No le veo la forma aún, cariño.
—¿Cómo que no puedes? Pero si es de lo más simple... Tan simple como colocar bien esta cabeza, je, je, je. Me sabrás disculpar, no me di cuenta cuando deforme un poco el peluchillo, je, je, je...
—¡Qué diferencia! Este sí que me lo quiero llevar y como sé bastante bien que no te opones a que lo haga con tal de salir de mi depresión, no me tardaré en comprarlo ya mismo.
—Señorita, no sé si me puede decir ahorita cuánto cuesta este Medicham de peluche.
—No hay problema, señor. Este le saldría en unos diecisiete mil. Si le sumamos esos otros dos, el total le sale en veintinueve mil.
El joven tan solo consiguió abrir sus ojos color miel por completo. Un minuto después su quijada los imitaría lo mejor que pudo. Ese pobre hombre se imaginaba pagando las cuentas y los intereses por los próximos seis meses. Al contrario de lo que pensó la amiga de su noviecita que él desconocía, más comprometido no podía estar él en su vida. Como si le hubieran tomado una foto con flash, este salió del asombro y la pena. Había entendido el mensaje oculto detrás de todo lo que había vivido en ese fatal día de compras por el mall. De inmediato tomó una decisión.
—Me parece... Es solo que este de acá no es tan gracioso como los otros. Así es que mejor se lo dejo.
—Ay, pero si yo creo que está bien divino.
—Créeme que esta vez sé lo que te digo. Por cierto, creo que si algo sé de esto, se debe a las veces que vi a mi hermana con su parejucha y por algún motivo siempre dejaba uno como ese por fuera.
—Oh, ya veo. ¿Nunca supiste a qué se debería?
—No, la verdad es que no lo supe hasta ahora, pero en alguna oportunidad se lo pregunto para salir de dudas.
—OK, entonces eso quiere decir que yo me llevo a este par.
—N, n, no. En realidad yo me llevo a este Medicham.
—¡Ah! ¿Por qué te lo llevas? Si se puede saber...
—Claro que lo sabrás de una vez. ¿No ves que esto es para no olvidarme de ti cuando no estamos juntos?
—¡Ay, pero qué tierno te estás volviendo! Por algo jalamos juntos.
—(Sí... Cómo no...) En fin, creo que ya podemos ir a...
—Esa de allá me mata de la curiosidad.
—Entonces VAYAMOS.
—Así me gusta. Se nota que estás bien domesticadito.
El joven se quedó pasmado con la expresión que utilizara ella sin que mostrara un dejo de culpa. En todo el rato que se quedó sin poder reaccionar, ella no hizo por dónde hallar la necesidad de corregirse o disculparse. Una vez adentro de la nueva tienda, él se puso a mover sus dedos que se posaban sobre un mostrador. Al final se le ocurrió que debía volver a intentar lo que le había fallado en el otro lugar. Se quedó analizando a la cajera de ahí y se figuró que no la conocían. Se fue directo a donde estaba esa joven y orquestó todo para que el siguiente intento de compra fracasara del todo o en parte en el peor de los casos.
—Ay, creo que con esto nos bastará. ¿No opinas lo mismo, mi caramelito de navidad?
—Si tú lo dices, es porque así ha de ser. No veo quién pueda cuestionarlo...
—Bueno, señorita, páguese de esta tarjeta, si me hace el favor.
—Con mucho gusto, hermosa joven.
El hombre prefirió taparse la cara ante lo que ya sabía que ocurría si la halagaban por cualquier motivo. Aún cuando ella se detuvo, él no cambió su postura, porque ahora le tocaba a él reírse en sus adentros en cuanto ella se percatara de lo que le pasaba a la tarjeta.
—No, no será posible que le cobre si paso esta tarjeta, señorita. Ya me la rechazó dos veces y no parece que se deba a un error de la red ni a un presunto mal estado de la tarjeta de crédito.
—Pero, pero... Eso nunca me había pasado...
—(Pero, pero ahora sí, je, je, je) Je, je, je. Ah, perdón. Es que me causó algo de gracia, mas intentemos con efectivo. Eso sí te digo, Grace, que no esperaba esto y...
—Sí te entiendo a la perfección —dijo Grace con el ánimo de lo más desinflado, más que un neumático usado—. Dado este imprevisto creo que deberé dejar algunas cositas para otra ocasión.
Poco a poco ella fue regresando los artículos que creía que su novio ya no podría pagar si tan solo portaba algunos billetes en su billetera, que casi nunca la había visto muy gorda. Finalmente se decidió por solo dos objetos y él le entregó el monto exacto a la cajera. En cierto instante el alzó el dedo pulgar para indicarle a ella que había realizado un excelente trabajo. Al retirarse de ahí, el joven trató de guiar a su pareja hasta el food court de la mejor manera que pudo.
—Miren quién está por ese lado. Mis ojos deben estar bien sucios, porque me dicen que él es Kyonides, el líder de gimnasio que acabamos de conocer hoy por... ¿Sabes qué hora es, Duplica?
—Pues sí, Ash. Son las dos de la tarde... Más algunos minutos.
—Entonces sí, lo vimos hoy por la mañana.
—¡Ay de veras, Ash! ¿Pero no nos había dejado bien en claro que se iba a visitar a alguien enfermo y que le urgía llegar cuanto antes? No me explico por qué lo estamos viendo aquí si...
—Uy, no Misty, no hay por qué dudar de él. De seguro hay una explicación para todo...
—¿Estás seguro de eso, Ash?
—Sí, por supuesto. ¿Qué nos diría Brock en una circunstancia de estas? Déjenme ver...
—No dejes que la espera te moleste, Duplica. Él tiene días en los que su cabeza anda dando vueltas literalmente hablando...
—Por favor, Misty. Esto es serio, yo intento concentrarme. ¡Ya sé! Él diría algo como que a su querida madre no le dio tiempo de hacer las compras de la semana y los mandó a ellos que sí podían salir y llevarle todo a la pobre señora.
—Ash. ¿Cómo explicas el que lleven varios peluches, no pocos vestidos de corte juvenil, unas lindas carteras y zapatos que combinan bien y están de moda entre las jóvenes de la ciudad?
—Bueno —decía Ash para ganar tiempo—, eso se debe a que... Su madre es una señora que necesitaba una renovación. Sí, eso debe de ser el motivo.
Las dos amigas suspiraban por la pena que les daba escuchar tan estupendas explicaciones de un "maestro Pokemon". La verdad es que no esperaban mucho de alguien con ese tipo de aspiraciones.
—Es un huracán profesional que viene y va... Buscando acción, vendiendo solo amor...
—¡Hey! ¡Kyonides! Estamos por acá —gritó Ash para llamarle la atención a Kyonides y a su desconocida acompañante—. ¿Por qué no nos acompañan? Queremos conversar con ustedes si es posible.
—Pisar por encima del bien y el mal. Es natural, en ella es natural...
—¿Qué estás susurrando, amorcito?
—¡Uyyy sí —gritó Misty con una intensa emoción—! ¡Ven Kyonides! Aquí sobra espacio. Ash, ve por esa mesa y ponla junto a esta de inmediato.
—Bueno, sí crees que hace falta, iré a hacerlo...
—¡Ay qué gritones son esos chiquillos! ¡Qué insoportables!
—Dolor en tus caricias... Tantas veces te maldeciré... Y cuentos chinos... Yo fui atrapado en mi propia red, como una araña en cautivada...
—Te digo que me pongas atención. Quiero saber el por qué esos mocosos se te quedan viendo tanto. Respóndeme de una vez.
—Ya no podré escapar... Ah, disculpa. ¿De quiénes me hablas, Grace? Oh, pero si son ellos y una amiguita de más... Es que me los topé hace algunas horas y les tuve que devolver porque iba de salida —Kyonides, el joven cargado de paquetes sin utilidad alguna, se puso algo nervioso porque lo hubieran visto—. Suave, suave... Creo que ya sé cómo se arregla todo esto, je, je, je.
—¿Pero de qué me estás hablando ahora, Kyonides? ¡Explícate ya!
—Lo haré en cuanto conversemos con ellos. Ven, por favor.
—Yo tengo hambre, no ganas de escuchar los parloteos de unos niñitos... Uy, no puedo creerlo, yo conozco a ese encantador entrenador.
—¿Ah sí? Sorprendente... ¿De dónde lo conoces, Grace?
—Él estaba junto a una insegura coordinadora que se la pasaba pidiendo consejos a gritos. Si no me engañan las apariencias, él debería ser Ash, pero viene bien acompañado por otras amigas que no parecen ser de Hoenn —acotó ella justo antes de reírse.
—Ni me lo hubiera imaginado... (Mejor que sea así, tal vez no me cueste tanto librarme de Grace como lo pensé en un inicio.)
Reencuentro (in)oportuno
Vía Rápida
por Kyonides
Tráfico de influencias
—Creo que con esto ya tengo todo...
—¡Qué alegría me da oírte decir algo por el estilo! Me tenía preocupado que no estuvieras repuesta de...
—Y a mí me alegra más que sigas siendo tan entusiasta, caramelito. Por eso no debemos perder el tiempo, entremos en... Esa tienda que está diagonal a esta.
—¿Qué? En serio... ¿Sabes que yo en realidad?
—Sí, ya sé que quieres que vayamos de una vez, así que no pienso atrasarnos. Después no sabemos qué artículos nos habremos perdido y que valía la pena comprar. Sí, eso es lo que pasa. Es como nuestro amor, un flechazo a primera vista.
—Por supuesto, no hay por qué dudarlo... (Sobretodo si yo siento que Eros siguió practicando el tiro al blanco en mí. De no ser por el lanzamiento de esas flechas repetidas veces no podría explicarme cómo me fui a juntar con esta...)
—¡Ay, qué emoción! Hasta me hierve la sangre de la excitación que me provoca ver todo esto al alcance de mis manos.
—Pues qué bien suena eso —comentó el desanimado hombre que ya ni tenía ánimos de hablarle hasta que algo le dio vuelta a todo—... Es más, estoy convencido de que mejor te dejo a ti lo de escoger lo que hemos de llevarnos y yo me quedó por ahí, donde está la cajera. ¿Qué te parece mi sugerencia? ¿No es de lo más cercana a la perfección?
—Uy, pero si fue de lo más encantadora, de las mejores que te he oído decir en lo que hemos estado juntos. Ya verás cómo pienso sorprendente más tarde...
—(Creo que esa tarea mejor se la dejas al estado de cuenta de mi tarjeta... Y eso que me imagino que todavía no sabe cuán alto es el límite del crédito. Si lo supiera, nadie la detendría y la compañía me la cancelaría por creer que me están estafando. ¡Y estarían completamente en lo cierto!) Ay, señorita, debo pedirle encarecidamente un favor de inmensas proporciones, algo que rara vez lo habrá escuchado. Sin embargo, ya creo que yo no doy más por el día de hoy... Y el de mañana y los días que le sigan... ¿No podría usted hacer algo para que mi novia se pelee conmigo al instante?
—Discúlpeme, señor. Entre mis deberes no está el de complacerlo en todo. Las cosas siempre tienen un límite y usted está por acabar con mi paciencia.
—No, no, no. Es que no me ha entendido. Jamás le pedí algo obsceno, solo requiero de su ayuda para llevar a cabo una treta que le impida a ella seguir como hasta ahora. Si la conociera, sabría a lo que me refiero, de veras que sí.
—Para SU información a ella la conozco mejor de lo que usted lo ha hecho. En ningún momento me atrevería a hacerla pasar un mal rato solo porque usted me demostró que es un inmaduro, incapaz de aceptar el compromiso tal cual es. Espéreme aquí un momentito nada más. ¡Grace! ¿Podés venir acá por un segundito únicamente?
—No, señorita, no sabe lo que acaba de hacer... Por favor, no la llame. Así está más que bien... (Ahora no... Ahora no...)
—Te agradezco que vinieras, Grace. Vieras que él...
—Mejor te lo digo yo, cariño. Es que has de entender que yo no creo que las cosas de este establecimiento las pueda llevar en el carro y sería mejor que regresáramos en otro momento. Tal vez podamos conseguir algunas cosas un poco más diminutas y que no requieran de tanto espacio. Disculpa que no te avisara antes, pero hasta ahora que hice cuentas me percaté de que no podía permitir que viajaras tan incómoda. Todo se debe a tu bienestar.
—Bueno, de ser así como lo pintas, no creo tener ningún inconveniente en venir más tarde por lo demás...
—Perfecto y entiendo bien cuán bien te sientes al estar en medio de todas estas "obras de arte" (fabricadas por changos con el menor gusto por las artes). ¿Qué tal si pasamos ya a otra parte? No olvides repasar en tu mente lo que podrás conseguir al rato.
—Claro. Me pone nerviosa el que llegue a olvidar una sola cosa.
—Confía en lo que te digo ahorita. No lo podrás olvidar. Tienes una mente que todo lo procesa velozmente (o que pasa la mano con todo y tarjeta en un abrir y cerrar de ojos).
—¡Mira ahí! Nos detendremos en esa tienda de peluches. ¿No son de lo más adorables y acariciables?
—Pero si para caricias estoy yo...
—Eso ya lo sé, mi Teddyursa —le respondió Grace, la joven de dos colas, antes de que se callara e hiciera una mueca antes de terminar riéndose como demente—. Ja, ja, ja. Si tan solo supieras qué es lo que más me encanta acariciar...
—(Bueno eso me sonó como si fuera esta la primera vez que ella planea ser más cooperativa en casa... ¿En verdad podré darle fin a mi mala racha? ¿O se tratará de una reverenda estupidez a la que debería temerle?)
Ambos tórtolos, cuyas diferencias empezaban a hacerse cada vez menos "evidentes", se dieron su tiempo para que ella pudiera escoger la cantidad correcto de animales de felpa. Él permanecía en silencio sin reaccionar a las múltiples declaraciones de amor y afecto de su pareja, todas dirigidas a esos mismos peluches con forma de Pokemon. Inesperadamente el hombre salió de ese trance por el motivo más insólito, recién notaba la presencia de un peluche que no estaba repetido. Por ser el último de su estilo, le pidió a la joven vendedora que lo sacara de su vidriosa jaula.
—A este mismo me refería.
—¿De qué se trata, mi chocolate blanco?
—(Ni siquiera me he considerado un "blanco" en toda mi vida... ¡Ay!) Pues espera que lo haga girar para que lo veás bien de cerca, porque estoy ciento dos por ciento seguro de que te derritirá el corazón. (Ojalá pasará eso... El que se lanzara a mi brazos no estaría tan mal habiendo tanto público. Me podría dejar bien parado frente a esa gente, se tragarían que somos los más felices...)
—No le veo la forma aún, cariño.
—¿Cómo que no puedes? Pero si es de lo más simple... Tan simple como colocar bien esta cabeza, je, je, je. Me sabrás disculpar, no me di cuenta cuando deforme un poco el peluchillo, je, je, je...
—¡Qué diferencia! Este sí que me lo quiero llevar y como sé bastante bien que no te opones a que lo haga con tal de salir de mi depresión, no me tardaré en comprarlo ya mismo.
—Señorita, no sé si me puede decir ahorita cuánto cuesta este Medicham de peluche.
—No hay problema, señor. Este le saldría en unos diecisiete mil. Si le sumamos esos otros dos, el total le sale en veintinueve mil.
El joven tan solo consiguió abrir sus ojos color miel por completo. Un minuto después su quijada los imitaría lo mejor que pudo. Ese pobre hombre se imaginaba pagando las cuentas y los intereses por los próximos seis meses. Al contrario de lo que pensó la amiga de su noviecita que él desconocía, más comprometido no podía estar él en su vida. Como si le hubieran tomado una foto con flash, este salió del asombro y la pena. Había entendido el mensaje oculto detrás de todo lo que había vivido en ese fatal día de compras por el mall. De inmediato tomó una decisión.
—Me parece... Es solo que este de acá no es tan gracioso como los otros. Así es que mejor se lo dejo.
—Ay, pero si yo creo que está bien divino.
—Créeme que esta vez sé lo que te digo. Por cierto, creo que si algo sé de esto, se debe a las veces que vi a mi hermana con su parejucha y por algún motivo siempre dejaba uno como ese por fuera.
—Oh, ya veo. ¿Nunca supiste a qué se debería?
—No, la verdad es que no lo supe hasta ahora, pero en alguna oportunidad se lo pregunto para salir de dudas.
—OK, entonces eso quiere decir que yo me llevo a este par.
—N, n, no. En realidad yo me llevo a este Medicham.
—¡Ah! ¿Por qué te lo llevas? Si se puede saber...
—Claro que lo sabrás de una vez. ¿No ves que esto es para no olvidarme de ti cuando no estamos juntos?
—¡Ay, pero qué tierno te estás volviendo! Por algo jalamos juntos.
—(Sí... Cómo no...) En fin, creo que ya podemos ir a...
—Esa de allá me mata de la curiosidad.
—Entonces VAYAMOS.
—Así me gusta. Se nota que estás bien domesticadito.
El joven se quedó pasmado con la expresión que utilizara ella sin que mostrara un dejo de culpa. En todo el rato que se quedó sin poder reaccionar, ella no hizo por dónde hallar la necesidad de corregirse o disculparse. Una vez adentro de la nueva tienda, él se puso a mover sus dedos que se posaban sobre un mostrador. Al final se le ocurrió que debía volver a intentar lo que le había fallado en el otro lugar. Se quedó analizando a la cajera de ahí y se figuró que no la conocían. Se fue directo a donde estaba esa joven y orquestó todo para que el siguiente intento de compra fracasara del todo o en parte en el peor de los casos.
—Ay, creo que con esto nos bastará. ¿No opinas lo mismo, mi caramelito de navidad?
—Si tú lo dices, es porque así ha de ser. No veo quién pueda cuestionarlo...
—Bueno, señorita, páguese de esta tarjeta, si me hace el favor.
—Con mucho gusto, hermosa joven.
El hombre prefirió taparse la cara ante lo que ya sabía que ocurría si la halagaban por cualquier motivo. Aún cuando ella se detuvo, él no cambió su postura, porque ahora le tocaba a él reírse en sus adentros en cuanto ella se percatara de lo que le pasaba a la tarjeta.
—No, no será posible que le cobre si paso esta tarjeta, señorita. Ya me la rechazó dos veces y no parece que se deba a un error de la red ni a un presunto mal estado de la tarjeta de crédito.
—Pero, pero... Eso nunca me había pasado...
—(Pero, pero ahora sí, je, je, je) Je, je, je. Ah, perdón. Es que me causó algo de gracia, mas intentemos con efectivo. Eso sí te digo, Grace, que no esperaba esto y...
—Sí te entiendo a la perfección —dijo Grace con el ánimo de lo más desinflado, más que un neumático usado—. Dado este imprevisto creo que deberé dejar algunas cositas para otra ocasión.
Poco a poco ella fue regresando los artículos que creía que su novio ya no podría pagar si tan solo portaba algunos billetes en su billetera, que casi nunca la había visto muy gorda. Finalmente se decidió por solo dos objetos y él le entregó el monto exacto a la cajera. En cierto instante el alzó el dedo pulgar para indicarle a ella que había realizado un excelente trabajo. Al retirarse de ahí, el joven trató de guiar a su pareja hasta el food court de la mejor manera que pudo.
—Miren quién está por ese lado. Mis ojos deben estar bien sucios, porque me dicen que él es Kyonides, el líder de gimnasio que acabamos de conocer hoy por... ¿Sabes qué hora es, Duplica?
—Pues sí, Ash. Son las dos de la tarde... Más algunos minutos.
—Entonces sí, lo vimos hoy por la mañana.
—¡Ay de veras, Ash! ¿Pero no nos había dejado bien en claro que se iba a visitar a alguien enfermo y que le urgía llegar cuanto antes? No me explico por qué lo estamos viendo aquí si...
—Uy, no Misty, no hay por qué dudar de él. De seguro hay una explicación para todo...
—¿Estás seguro de eso, Ash?
—Sí, por supuesto. ¿Qué nos diría Brock en una circunstancia de estas? Déjenme ver...
—No dejes que la espera te moleste, Duplica. Él tiene días en los que su cabeza anda dando vueltas literalmente hablando...
—Por favor, Misty. Esto es serio, yo intento concentrarme. ¡Ya sé! Él diría algo como que a su querida madre no le dio tiempo de hacer las compras de la semana y los mandó a ellos que sí podían salir y llevarle todo a la pobre señora.
—Ash. ¿Cómo explicas el que lleven varios peluches, no pocos vestidos de corte juvenil, unas lindas carteras y zapatos que combinan bien y están de moda entre las jóvenes de la ciudad?
—Bueno —decía Ash para ganar tiempo—, eso se debe a que... Su madre es una señora que necesitaba una renovación. Sí, eso debe de ser el motivo.
Las dos amigas suspiraban por la pena que les daba escuchar tan estupendas explicaciones de un "maestro Pokemon". La verdad es que no esperaban mucho de alguien con ese tipo de aspiraciones.
—Es un huracán profesional que viene y va... Buscando acción, vendiendo solo amor...
—¡Hey! ¡Kyonides! Estamos por acá —gritó Ash para llamarle la atención a Kyonides y a su desconocida acompañante—. ¿Por qué no nos acompañan? Queremos conversar con ustedes si es posible.
—Pisar por encima del bien y el mal. Es natural, en ella es natural...
—¿Qué estás susurrando, amorcito?
—¡Uyyy sí —gritó Misty con una intensa emoción—! ¡Ven Kyonides! Aquí sobra espacio. Ash, ve por esa mesa y ponla junto a esta de inmediato.
—Bueno, sí crees que hace falta, iré a hacerlo...
—¡Ay qué gritones son esos chiquillos! ¡Qué insoportables!
—Dolor en tus caricias... Tantas veces te maldeciré... Y cuentos chinos... Yo fui atrapado en mi propia red, como una araña en cautivada...
—Te digo que me pongas atención. Quiero saber el por qué esos mocosos se te quedan viendo tanto. Respóndeme de una vez.
—Ya no podré escapar... Ah, disculpa. ¿De quiénes me hablas, Grace? Oh, pero si son ellos y una amiguita de más... Es que me los topé hace algunas horas y les tuve que devolver porque iba de salida —Kyonides, el joven cargado de paquetes sin utilidad alguna, se puso algo nervioso porque lo hubieran visto—. Suave, suave... Creo que ya sé cómo se arregla todo esto, je, je, je.
—¿Pero de qué me estás hablando ahora, Kyonides? ¡Explícate ya!
—Lo haré en cuanto conversemos con ellos. Ven, por favor.
—Yo tengo hambre, no ganas de escuchar los parloteos de unos niñitos... Uy, no puedo creerlo, yo conozco a ese encantador entrenador.
—¿Ah sí? Sorprendente... ¿De dónde lo conoces, Grace?
—Él estaba junto a una insegura coordinadora que se la pasaba pidiendo consejos a gritos. Si no me engañan las apariencias, él debería ser Ash, pero viene bien acompañado por otras amigas que no parecen ser de Hoenn —acotó ella justo antes de reírse.
—Ni me lo hubiera imaginado... (Mejor que sea así, tal vez no me cueste tanto librarme de Grace como lo pensé en un inicio.)
Reencuentro (in)oportuno
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